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Libre de trabajar : la falsa promesa del remote-working

Por Pamela Rahn Sánchez

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Pamela, una joven escritora establecida en Caracas, pensó que había encontrado una buena oportunidad cuando obtuvo un empleo a distancia para una empresa global. Pero eso fue antes de que descubriera su reverso orwelliano...

Acepté el trabajo porque no parecía tan difícil, era algo que no había hecho nunca, pero podía aprender.

Daba la impresión de que me dejaría algún tiempo libre, para escribir, tener vida social, ver series. Eso fue lo que pensé, pues estaba equivocada. Solo después de firmar el contrato, te presentan las verdaderas condiciones: 8 horas de trabajo al día, 6 días a la semana, con un programa robot instalado en la computadora que detecta el calor humano y sabe cuándo no estás activa frente a tu laptop. 

Al principio, estaba feliz, vivo en una situación precaria en donde cualquier trabajo es una alegría para mi bolsillo. El trabajo era un curso de advertising para un Youtuber. Ganaría unos miseros $400, derivados por supuesto de la explotación suramericana. Pronto me daría cuenta de que todos los contratados en la empresa eran venezolanos por un comentario de Charlie, el jefe en una de las reuniones de Zoom que teníamos todas las mañanas, comentario que pretendía ser divertido, pero que en realidad me causó bastante tristeza. Detrás de la pantalla, Charlie comenzaba a saludarnos, interrumpido por una avalancha de notificaciones de personas que se reconectaban a la reunión. “Parece que otra vez a todo mi equipo se les fue la electricidad”, dijo riendo. A pesar de que conocía la respuesta, pregunté: “¿Son todos venezolanos?”; “Si, aquí contratamos puros venezolanos.”

Sonreí con rabia, y tragué fuerte para aguantar todo el cinismo detrás de esa afirmación de la que ahora yo participaba. 

Simone de Beauvoir decía que el trabajo era el único que podía garantizarla a la mujer una libertad completa, y de cierta manera tenía razón. El trabajo da dinero y el dinero de libertad, sin embargo, para obtener esa libertad debemos aferrarnos a la jaula laboral, con mucha suerte, esa jaula nos puede llegar a gustar, nos apasiona. Con poca suerte, lo único que nos apasiona de esa jaula sea la devolución económica que vamos a obtener por lamer los barrotes.

Si trabajas en una oficina, el tiempo que gastas en el acto de ir al baño, almorzar, o hablar con un compañero de trabajo, cuenta como parte de la jornada. Al trabajar en tu casa, bajo el ojo vigilante de un programa que parece hecho por un líder fascista de una distopía laboral, el tiempo libre deja de existir poco a poco. El reloj toma la forma de un ojo invisible, lo ves contando los minutos en tu computadora y comienzas a sentirte culpable por tomarte un descanso. 

El horario no era de 9 a 5, siempre se convertía en más, -  si es que no querías estar todo el día con el culo pegado a la silla, definitivamente se extendía hasta las 7. Si quieres ir a tomar un vaso de agua, debes parar el reloj. Si quieres ir al baño, debes parar el reloj. Si quieres hablar con tu novio, debes parar el reloj. Mientras el clic no esté en movimiento o las letras emitiendo vibraciones, la empresa no considera que estés trabajando, como si pensar ya no valiera nada en absoluto. 
Para ellos solo la acción era relevante. Clic, clic, clic. Eso era trabajar.
Cuando el robot tenía un glitch, lo que sucedía varias veces, sobre todo cuando se iba la luz - cosa que sucede infelizmente bastante en Venezuela - existía de vez en cuando un empleado que se encargaba de vigilar por cámara que estuvieras en frente del computador tecleando las palabras necesarias, a veces ese empleado no existía o lo dejaba pasar, me gustaba pensar que era un guiño silencioso que nos hacíamos entre todos los que sin otro remedio aceptamos este trabajo miserable.

Aquí te tratamos como un equipo, contratamos a nuestros empleados para entrenarlos y tenerlos por largo tiempo, creemos en la fidelidad, nos decía el jefe Charlie en un vocabulario aprendido de ver demasiados videos en redes sociales de cómo ser un buen líder empresarial. Ante mi rostro tosco, que mostraba tedio por una bienvenida a un trabajo que, aparte de mal pagado, no me interesaba en absoluto, Charlie, un millennial, cuyo rostro de niño, a pesar de haberlo visto solo una vez, me hacía asegurar casi con cierta soberbia que siempre iba vestido con ropa sport, no tardó en darse cuenta de esto e inmediatamente agregó:también aumentamos el sueldo, si vemos que nuestros empleados son valiosos y confiables”. Tantos adjetivos me estaban jodiendo un poco, porque ya sabía lo que me venía. 

Suelo decirles a los jefes lo que opino, me gusta meterme en problemas, tal vez. Nunca he tolerado la injusticia. Es cierto que tengo un roce con la autoridad, ni siquiera en la infancia toleraba a los profesores que se imponían demasiado, constantemente era expulsada del salón de clases, tal vez por eso soy escritora, por vivir fuera del aula de clase, primaria y secundaria, por nunca aprender a respetar a las cabezas que según el orden del mundo estaban por encima de la mía.

Debía hacer un curso basado en otro curso, un curso que claramente había sido descargado de forma ilegal - era una chica que enseñaba a ganar dinero en la red social TikTok, en una sola googleada me di cuenta de que el curso costaba 1200 dólares. Charlie, el jefe, me dijo insistiendo en ello, con especial hincapié: “no debe ser un Copycat del curso, debes ponerle tu propia voz, debes investigar acerca de TikTok, la idea es que yo voy a hacer ese curso en video y venderlo a distintas plataformas”, me imaginé todos los miles de dólares que él iba a ganar cuando vendiera ese curso y los miseros 400 dólares que me pagaría por hacerle el guión de ese curso, otra vez me quedé callada. 

No podía irme, era la única que estaba ganado dinero en mi casa en aquel momento, si no me pagaban no comíamos al mes siguiente, empecé a oír y a teclear las palabras que Sabrina, la verdadera mente maestra detrás del curso, tan alegremente y entusiasta prometía que iban a cambiar tu negocio y tu vida, que te generarían miles de dólares. “¡Vamos Sabrina, le gritaba, ¿cómo llegaste a convertir en esto tu pasión, que te hicieron cuando eras niña?"!, pero Sabrina parecía feliz, y millonaria, y no podía oírme o tal vez sí, y se reía de mí.

Charlie quería que investigara sobre TikTok, que viera otros cursos, que estudiara y comparara, que analizara que recursos eran mejores. No entiendo que sucedía en su mente o qué creía él acerca de sus empleados. No tenía ningún interés de volverme la Simone de Beauvoir en el arte del TikTok, ¿consideraba que no teníamos nada que hacer con nuestras vidas o éramos estúpidos, que no analizábamos lo que estaba sucediendo? No era la única haciendo un curso de este estilo, había otra chica de Mérida, haciendo un curso de Facebook Marketing. 

Ser contratada como escritora, terminar trabajando de investigadora, diseñadora gráfica y profesora. Tres profesiones que no me pertenecen y que debía improvisar, llegó a extirpar el límite de mi paciencia. Sin saberlo convertí mi meta en hacer este curso lo peor posible. Algunos no entenderán y pensarán que al final era un trabajo, que quién iba a salir perdiendo era yo, pero la verdad es que cuando lo di por finalizado, lo hice tan simple que podía enseñarlo un niño de 8 años, era mi venganza. Sin embargo, el jefe cuyo historial de cursos ya realizados no olvidaba mencionar cada vez que te quería dar un ejemplo de cómo deberías estar haciendo tu trabajo, me pidió escribir los ejemplos, porque él no podía pensar en ninguno por sí solo. Incluso quería que le pusiera las palabras que iba a decir mientras saludaba al público, pueden imaginar el nivel de creatividad que este sujeto manejaba.

Me levantaba todos los días a las 6:50 a.m. para desayunar ante de empezar la jornada del día, poner el reloj a contar los minutos y las horas, con la ilusión de que Charlie, hablara mucho en la reunión de Zoom, contando sus problemas del día anterior, o pidiéndonos consejo para una decisión importante como un nuevo jarrón que iba a comprar para el background de sus videos. Debo admitir, que a veces me daba un poco de lástima, claramente era una persona solitaria.

Lo cierto es que desde la pandemia trabajar online se ha vuelto común y muchas veces problemático,  se habla mucho del tedio básico del trabajo de 9 a 5, como muchos lo soportan porque les da un buen fin de semana, o la capacidad de llevar una buena vida. Hay otros que desafortunadamente solo les da para vivir, sí que es se le puede llamar vivir, llegar a fin de mes con deudas y comiendo mal, sin vacaciones, pensando que un chocolate es un lujo, pero ahora hay una enfermedad aún más grande, ¿qué sucede cuando en realidad todo tu día es absorbido por el trabajo online?

Te levantas todas las mañanas y encuentras las brasas del despertador, las piedras del tedio y la música del vacío. Un vacío que suena a teclas, al traqueteo de una espalda doblada por las malas condiciones ergonómicas de tu silla de comedor, sin darte cuenta, continúas tecleando con las manos frías pasada la hora de almuerzo, sin hablar con nadie más que contigo misma por 5 horas, ya estás dentro de una cotidianidad que se parece mucho a ese loop oscuro de 1984, pero sin ningún Big Brother, ninguna mancha de sangre, ningún cuarto 101. Todo esto te lo impusiste tú, para ganar un sueldo, ¿para continuar “viviendo”? Sin darnos cuenta le abrimos la puerta amablemente e invitamos al infierno a nuestra casa.

Existe más libertad, sin embargo, es una nube de humo. Nos encierran en nuestras casas como cárceles, la jornada  9 a 5 ha muerto, estamos trabajando todo el día, nunca dejas de trabajar, pagas el precio de que el límite entre el tiempo libre y el trabajo se diluya completamente. 

Charlie, a veces era conmovedoramente ingenuo, no entendía que a nadie le interesaba su mueble, o que hacer tantas preguntas no estaba derivado de la pasión que sentíamos por hacer bien nuestro trabajo, pero Andrea, la jefa después de él, era en realidad la que debíamos temer, alguien que actuaba directamente desde la traición para estar bien con el enemigo. Ella, al ser venezolana y haber avanzado en la empresa, entendía todos los trucos que hacíamos para no trabajar, insistía en hablar en inglés en las reuniones que no estaba presente Charlie, a pesar de que supuestamente él entendía español. Pudiendo ser nuestra aliada, eligió ser la mano derecha del enemigo, sé que no me debería importar tanto, pero hay ponerle a la cotidianidad un acento dramático para no morir de aburrimiento.

Cuando ella hacía las reuniones de la mañana, sola, sin la presencia de Charlie, nos decía exactamente lo que debíamos hacer en el día, rápido, enumerado, casi como si estuviese ella misma contando los segundos con un cronómetro y nos obligaba a retirarnos inmediatamente de la reunión para comenzar a trabajar. No hay tiempo que perder, decía : “¡a trabajar!, ¡a trabajar!” Todo el mundo se iba, sin despedirse, algunas veces le decíamos adiós, alegres, cuando esto pasaba algo en su cara se retorcía, pero no podía parar la alegría, el trabajo no era lo único importante en nuestras vidas y teníamos derecho a estar felices a pesar de su maldad.

Si durábamos más tiempo nosotros en la empresa, ¿llegaríamos al final de nosotros mismos?, ¿nos consumiríamos entre los cursos de marketing y las charlas de coaching? Creyendo en el fondo que esto era lo mejor, que no era tan malo, ¿nos convenceríamos de que el tiempo para hablar es un privilegio?

El obedecer tiene sus recompensas, una de ellas, es la recompensa de la calma. Y la rebeldía tiene la recompensa del respeto. Pero, es lamentable que el valor del respeto se ha ido perdiendo con el valor de lentitud. Parece que ya nadie tiene tiempo de pensar, solo de obedecer. 

No lo sé, lo que sucedería en el futuro, no podía importarme, debía seguir escribiendo estas palabritas estúpidas para ganar dinero para sobrevivir, pero mientras estaba allí, armaría una historia, crearía suspenso, construiría junto a los trabajadores una rebelión. Ya casi lo había logrado, el otro día Charlie, me llamó a mi sola por Zoom para decirme que Andrea estaba equivocada, que yo tenía la razón en todo lo que había dicho acerca de cómo debían hacerse las cosas, se debían generar cuentas distintas, introducir datos para hacer las capturas de pantalla correctas. Empezaríamos de inmediato, íbamos por buen camino ¿Por qué esto me importaba tanto, me causó tanto placer? ¿Debería tener cuidado de llegar al fin de mí misma?

No me dejaría llevar. Un cierto brillo se veía en el futuro: en un golpe de ficción, derrocaría a Andrea, la convertiría en personaje.

No te pierdes los próximos frictions...!

Pamela Rahn Sánchez
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Pamela Rahn Sánchez. Autora de Breves poemas para entender la ausencia (2019, Ediciones Torremozas, España) entre otros poemarios. En 2022 fue residente en el IWP de la Universidad de Iowa y en City of Asylum en la ciudad de Pittsburgh.