Raconter le monde par l'intime

Por Pamela Rahn Sánchez

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Pamela viaja a Ecuador para encontrar al hombre que ama y conocerlo mejor. Pero tras largos días sola esperándole, su imagen de él se vuelve cada vez más borrosa y se pregunta si su relación podrá sobrevivir al día a día.

La memoria actúa de una manera distinta cuando se trata de sombras, luego de Chile, fue Ecuador. En Quito las mañanas eran largas, no hacía nada más que esperar que Dhan llegara del trabajo, acostarme alrededor de libros, pintarme las uñas de rojo, afeitarme, perfumarme, bañarme, andar desnuda por el apartamento escuchando a Billie Holiday que sonaba en las cornetas de la computadora de Dhan, me ponía a recortar fotos y a hacer adornos florales improvisados y meterlos en botellas de vino, de whisky, en latas de cerveza que nos habíamos tomado, a organizar con muy poco un apartamento casi vacío, excepto por libros, una guitarra eléctrica, una alfombra, unos pufs con motivos de balones de fútbol que había decorado con suéteres míos para disfrazar el gusto tan infantil de Dhan, una cama matrimonial y unas largas cortinas negras. 

No me importaba la ciudad de Quito, por eso nunca pensé en recorrerla o visitar lugares turísticos o nada por el estilo, solo quería que pasara el tiempo rápido, para estar con Dhan y aprovechar cada segundo en donde pudiera ser mío, y no de sus amigos, de los aviones, de su hermano, de la poesía o de las drogas, quería aprovechar cada segundo en donde fuese solo mío, a veces caminaba alrededor de la residencia “Los pensamientos”, un nombre un tanto cursi y certero para enmarcar nuestro amor. Cerraba y abría una cantidad total de tres llaves para salir y entrar. Caminaba con nervios en la solitaria urbanización y me compraba un jugo o un refresco, a veces un helado o un sándwich en una bodega muy bonita y un poco cara llamada El jardincito, otras veces en una tienda pequeña y con los estantes medio vacíos, atendida por dos venezolanas exiliadas, compraba alguna chuchería y hablábamos largo rato, me gustaba fingir que yo también era una extranjera como ellas y que me iba a quedar viviendo en Ecuador por siempre.

En las mañanas me levantaba temprano para acompañar a Dhan hasta la puerta con el único par de llaves del apartamento y darle un beso de despedida, hacer esto para mí era extraño, me hacía sentir como una pareja casada y rutinaria, como una ama de casa, a Dhan le encantaba esta rutina, recuerdo que su rostro tenía una expresión especialmente feliz en ese beso de despedida, pienso tal vez le daba un sentido de pertenencia hacia mí.

Recuerdo estas rutinas de soledad en las primeras semanas mejor y con más claridad que las veces que Dhan llegaba de trabajar y teníamos sexo en la alfombra o en la cama, recuerdo mis largas horas de soledad con más claridad que el cuerpo de Dhan, mucho mejor que mis largas horas leyendo a José María Panero, que la sensación viscosa entre mis dedos o en mi boca del semen de Dhan, mejor que las veces que casi tuve un orgasmo y comencé a reírme y todo el ambiente se enrarecía porque sentía que mi vagina nunca funcionaba del todo bien y dejábamos de hacerlo, me recuerdo sentada, vestida con 3 horas de antelación, escribiendo en una pequeña libreta las cosas que odiaba y amaba de Dhan, entre las que odiaba estaba que nunca respondía lo que quería, siempre cuando contaba alguna anécdota acerca de mí, daba la impresión de no escucharla con el suficiente interés, respondiendo algo que demostraba que no captaba la esencia de la historia, por ejemplo aquella vez que la conté que me enamore de un muchacho intelectual en 5.º año de bachillerato que se pintaba el cabello de rojo, le decía que desde ese instante yo comencé a pintarme también el cabello de rojo, que amarlo me había transformado, aunque él nunca me amara de vuelta, que le había dicho en una fiesta delante de todos que era gay, porque su mejor amiga me lo contó en secreto, pero sobre todo porque odiaba que no estuviese enamorado de mí. Él debía entender que lo que intentaba decirle es que me transformaba en los hombres que amaba como un espejo, pero él no era una escucha atento, siempre estaba desbordado por el presente, y solo me respondía cosas del estilo, “¿cómo supiste si de verdad era gay?” “yo pensaba que te pintabas el cabello de rojo porque querías ser como Pam la novia de Jim Morrison” y así muchas otras conversaciones. Mucho mejor que muchas de las veces en que dormíamos desnudos y en la mañana antes de siquiera saludarnos teníamos sexo como locos, yo encima de él, él encima de mí, los dos clavando la mirada en el otro como un cuchillo, en el fondo todas estas imágenes son difusas, sé que Dhan recuerda con claridad mis senos o todas las infructíferas veces que intento cogerme por el culo, estoy segura de que su recuerdo más vivido es alguno en donde él me poseía, o donde me acababa en la cara, yo el recuerdo más sexual que tengo de él, está ligado a su espalda, su larga espalda, arqueada, enmarcada por su abundante pelo negro largo y su culo perfecto, él, parado erguido frente a mí como una estatua de un dios Kichwa, sentada con una cobija acolchonada de tigre, tan propia de su gusto, excesivamente escandaloso, la cobija arropándome, lo miraba mientras llenaba su pipa anaranjada y roja con unos gramos de marihuana, y fumaba lentamente, yo acostada, lo miraba hacia arriba, casi cenitalmente.

Pensaba que todos esos huesos que componían ese cuerpo se habían enamorado de este cuerpo de piernas gordas, recuerdo, como él les decía a mis piernas “las chorillanitas”, en ese momento por primera vez tuve la sensación de que podía ver ese culo desnudo todo el tiempo que quisiera y nada me lo iba a impedir, que estaba sola en otro país, que tenía la libertad de ver ese culo por el tiempo que quisiera, que esa espalda arqueada y flaca extranjera de la que nunca conocería toda su historia, de la que luego sabría la adornarían los versos “And death shall have no dominion” de Dylan Thomas, que esa cara fea y cicatrizada, de labios gruesos, de bigote poblado negro, que ese pene pequeño que parecía poseer una fuente inagotable de semen, era mío. Sentir placer a mí me importaba poco lo que quería era saber que su desnudez y que su deseo estaba dirigido hacia mí, poseído por mí, como un encantamiento primitivo y animal del que yo era dueña.

Decidimos alojar a dos poetas amigos que estaban allá como yo, por el festival de poesía “Canes Urbanos” en la sala de “nuestro apartamento”, creo que el viaje no hubiese sido igual sin ellos, estar acompañados de poetas como nosotros fue como en Chile, la excusa perfecta para Dhan y para mí, para cometer todos los excesos posibles y seguirle la corriente a esta nueva libertad tan prometedora que deseábamos no acabara nunca. Debía elegir muy bien que decir, conspiraban en contra de mí las últimas palabras como sacramentos de algo que pudo ser, las palabras se convierten en oraciones y esas oraciones se convierten en sentencias, cuando convives con personas que escriben, las palabras cuentan. No se olvidan. Las mentiras se hacen más grandes, los silencios se convierten en palabras, estar con ellos hacía que las palabras se convirtieran en recuerdos, y hablar en recuerdos era la única forma en que Dhan y yo sabíamos hablar, era como mejor hablábamos, condenados como buenos escritores a comunicarnos desde la nostalgia, sabíamos perfectamente ese lenguaje, existíamos allí de una manera cómoda, amena, nuestro lenguaje siempre fue la nostalgia, la cual se iba llenando como un charco y la pisábamos con alegría, bailando sobre ella de una forma violenta como los personajes de La Orange mécanique cuando roban una casa y violan a una mujer y suena Singing in the rain.

Violeta y Vladímir, estaban enamorados como nosotros, otra pareja de enamorados para soportar nuestro amor no era tan conveniente la verdad, se habían conocido en este viaje, tenían mucho menos tiempo de amor que nosotros, sin embargo, se notaba que se amaban más, que se conocían más profundamente, que su amor tenía coherencia, a veces creía que solo había accedido a viaje para conocer mejor a Dhan, teniendo algo de miedo a dañar un bonito recuerdo para poder indagar mejor dentro de él. Fui también por la emoción de conocer otro país, de leer en un festival, de tener una experiencia nueva, fui porque él podía pagarme el pasaje, y estar con alguien que me pudiera pagar un pasaje a otro lugar del mundo era nuevo para mí y quería aprovechar eso. Desde el momento que lo conocí me obsesiono su persona, pero la verdad en este segundo viaje su forma de ser me aportó muy poco, lo conocí menos, de hecho, creo que lo desconocí, si eso es posible.

En Ecuador, Dhan se ocultó profundamentede mí sin embargo, me enamoré más de él, porque al desconocerlo, lo complique y lo quise más verdaderamente. Vladímir y Violeta dormían en nuestra sala, a veces hacían el amor allí, alrededor de los libros y botellas, mientras nosotros hacíamos el amor en el que fue nuestro cuarto en ese corto periodo de tiempo. Los conocí mucho, supe cosas de su pasado, de su presente, sobre todo de Violeta, ella vivía de dar unas clases insólitas y extrañas a jóvenes y a viejos que describía de una manera bellísima y que hacía que quisiera ver todo tipo de clases con ella, así no tuviese el más mínimo sentido aprender nada de lo que ella enseñaba, los dos tenían parejas y tenían una aventura entre ellos, a veces mientras caminábamos por Quito se paraban en centros telefónicos a llamar a sus novios y luego salían de las casillas y se besaban profundamente. Capaz les excitaba ser infieles, o capaz no creían en la infidelidad, los dos escribían desde muy jóvenes, ella era libra y el géminis, los dos nacieron en países distintos, pero habían viajado solos y con poco dinero, conocido muchos lugares, los dos habían tenido historias amorosas fuertes y desoladoras, los dos eran realmente tiernos y se preocupaban demasiado por su higiene. Violeta por su largo cabello marrón que peinaba y secaba antes de salir y Vladímir por siempre estar limpio y oler bien, ninguno de los dos era particularmente bonito, pero tenían un pequeño algo que los hacía muy atractivos, los dos siendo infieles a sus novios, también fueron infieles entre ellos en el viaje, una vez Vladímir en un karaoke borracho, beso a una chica enfrente de todos, Violeta se molestó bastante, allí comencé a pensar que tal vez lo de la infidelidad era más complicado de lo que ellos despreocupadamente solían admitir, los dos eran grandes lectores y conversadores, podían conversar por horas y horas.

Dhan y yo éramos terribles conversadores, en cambio, los dos nos gustaba hablar demasiado de nosotros mismos y siempre en una pareja debe existir alguien a quien le guste más escuchar que hablar, Dhan prefería recitar largos poemas de memoria que hablar, prefería mirarme largamente descubriendo algo en mí que yo no alcanzaba a ver, caminando me contaba cosas de los aviones, hablaba con pasión de sus piezas, de la forma en que funcionaban, yo no opinaba mucho, pero me entusiasmaba su pasión, de vez en cuando nos gustaba cantar entre los dos muy desafinadamente alguna canción en inglés como People are strange de The doors o algo más actual como Take me to church de Hozier, otra cosa que disfrutábamos era comer desaforadamente, a Dhan le gustaba mucho verme comer, había algo en mi hambre que le causaba mucha ternura, caminábamos largos trayectos sin decirnos una palabra, tan solo parándonos de vez en cuando a besarnos, nos gustaba a veces comentar sobre nuestros amigos, sobre nuestras viejas relaciones, pero cuando eso se acababa era difícil hablar, yo me ponía nerviosa, especialmente una vez que fuimos a comer sushi y no hice sino balbucear incoherencias y referirme a cantidad de cosas que solía recordar tan solo por la mitad y luego no podía contar bien, no me gustaba ver películas con él, no hacía los comentarios correctos, era un tipo más de documentales, aunque ya cuando no estuvimos juntos me recomendó una película increíble, tal vez igual como decía el “no cachaba su gusto”, una vez dejo de ver una película conmigo solo porque le molestaba que Ryan Gosling fuera más guapo que él, podía ser muy egocéntrico y ridículo, era Driveuna obra maestra del cine. Nos gustaba quedarnos dormidos uno encima del otro, yo en su hombro, él en mi barriga, tomarnos fotos con caras tontas, hablar sobre la vida de los escritores, leernos poemas, a mí me gustaba verlo tocar la guitarra, esa pasión tan profunda que la muerte de su hermano le arrebato cuando quiso encontrarse con él y solo le quedaron 18 huesos rotos y una mano incapaz de tocar la guitarra como debía para entrar a Juilliard, él quería enseñarme, yo era terrible alumna, éramos poco compatibles, pero nos amábamos de una forma honesta, él admiraba mi belleza y yo admiraba la suya, una belleza que era como una ocupa muy vil y en huelga de hambre que se instaló en nuestro corazón, él le gustaba verme arreglándome, le gustaba especialmente cuando me ponía vestidos, jugar con mi largo cabello rojo, decirme cosas payasas que me hicieran reír y tocarme las piernas con sus dedos cicatrizados.

A veces me contaba cosas realmente personales de él, porque a pesar de que hablaba mucho sobre sí mismo, siempre eran historias destinadas al público, las verdaderas tenías que agarrarlas como hormigas, con mucho cuidado y decir los comentarios correctos para que no se ocultara dentro de sí y ya no quisiera contar nada, su pasado era la de un niño extraño que nunca perteneció a nada, dormido por mucho tiempo, medio asexual, inspirado siempre por la mirada del otro para poder ser y crear, para él la poesía no tenía sentido si no se gritaba, había aprendido a memorizar poemas antes de escribirlos y era un niño bueno de un pueblo pequeño hasta que conoció a sus amigos de ciudad cuando entro a la universidad, y empezó a drogarse, a entender su carisma y a tener sexo. Su padre lo obligo a follarse a una puta y solo se pudo masturbar delante de ella, le acabo en la espalda y se fue, me dijo que estaba nervioso, pero en sus ojos mientras relataba su historia, me di cuenta de que no lo hizo porque creía demasiado en el amor, su primera vez nunca me la relató, debió de ser con alguien que amó o que sentía podía amar, estoy casi segura, aunque nunca se debe confiar del todo en la mirada que se tiene del otro cuando estás enamorada.

Él anunciaba su libertad siempre, pero tal vez su gran defecto para esa vida de aventurero que tanto deseaba llevar a lo Lord Byron, era que creía demasiado en el amor, es imposible no creer en el amor si empiezas a memorizar poemas desde los 8 años, todos los grandes poetas escriben de amor, es imposible darte el lujo de tener la virtud de amar sin poseer cuando tu rasgo más definitivo es ser un hombre capaz de recitar un poema de 20 páginas de pura memoria después de meterte 3 rayas de cocaína, él debía poseer, pero no quería ser poseído, y si no se atrevía a ser poseído nunca iba a conocer de verdad el amor, es algo que ahora escribo, pero que nunca supe decirle luego, en los tantos años que después de terminar, seguimos conversando ocasionalmente con deseos de vernos, él lo sabía y creo que hasta el día de hoy es la razón por la que no termina de irse de casa de su padre, sabe que si vive solo, el amor le va a entrar fácil, sabe que es mejor rentar un apartamento por temporadas de alegría, de pura y absurda pasión para luego tener que irse y así más nunca llamar a nada hogar ni siquiera a una persona, yo no pensaba en esto cuando estaba allí con él, corriendo, comenzando a amar a sus amigos tanto como él los amaba, porque hay que decirlo Dhan era el amigo más leal y desinteresado que alguien podría tener, maldición, era la cualidad que más envidiaba de él, su único y definitivo propósito cuando conocía a alguien nuevo era pasarla bien con esa persona, estar con él era fascinante despertaba en las personas una inmediata comodidad y un deseo de fiesta, no había límite en el dinero, si le caías suficientemente bien, era casi definitivo, se quitaría algo de encima y te lo regalaría.

Fue cuando me fui de Ecuador, en ese último de mes de relación a distancia, cuando me plantee la duda de que sí seriamos algo luego de ese viaje, cuando por fin caí en cuenta que él no quería vivir conmigo ni con nadie, que él no tenía casa, que su casa era un poema o un perro callejero al que alguna vez le hizo cariño borracho en una calle oscura, que su casa podía ser algo tan efímero como una noche en la playa en donde se metió desnudo al mar en LSD y que refugiaba dentro de su corazón para sentirse libre mientras vivía en casa de su padre.

Me ofreció verme muchas veces más, pero siempre en un periodo de tiempo, con un pasaje de regreso, con la excusa de que el amor cotidiano no funciona, que se estanca, huele mal y se pudre con el tiempo. Nunca lo dejé de amar, pero yo ya había entendido el amor de otra manera. No deseaba eso. Yo quería una casa, un árbol que fuese mío y tal vez un hijo, una estabilidad. En las noches más amargas la idea de este amor vuelve, pero es solo eso una idea, una idea de un amor, o más bien de una pasión pura, real solo en la nostalgia y se enciende y apaga, mientras la vida real continua.

No te pierdes los próximos frictions...!

Pamela Rahn Sánchez
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Pamela Rahn Sánchez. Autora de Breves poemas para entender la ausencia (2019, Ediciones Torremozas, España) entre otros poemarios. En 2022 fue residente en el IWP de la Universidad de Iowa y en City of Asylum en la ciudad de Pittsburgh.